Luis Ospina: «’Todo comenzó por el fin’ terminó siendo la historia de un sobreviviente»  

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El cineasta colombiano formó parte en su juventud del colectivo de cinéfilos y artistas «Grupo de Cali», objetivo de su película documental de 2005 Todo comenzó por el fin. Luis Ospina, miembro además del jurado Oficial del 18.º Festival Internacional de Cine de Las Palmas de Gran Canaria, presenta su obra en una sesión especial el domingo 8 de abril.

  • «He sido un documentalista que cuenta la vida de las personas con las cuales se identifica»
  • «Mientras nosotros nos ‘enrumbábamos’, el país se derrumbaba»

Entrevista de Charlotte Pavard

Presenta su último documental, «Todo comenzó por el fin», que retrata al poderoso Grupo de Cali de artistas, del que usted formó parte durante dos décadas entre los años 70 y 80. ¿Se trata de una autobiografía?

A lo largo de casi 50 años de carrera cinematográfica he sido un reconstructor de vidas ajenas porque creo que el cine documental es el arte por excelencia de la biografía y que todo retrato es, siempre y de entrada, la reconstrucción de una memoria. Película tras película he sido un retratista que intenta meterse en el lugar de sus personajes para mirar el mundo con sus ojos y hablar con sus voces. Un autobiógrafo por figura interpuesta.

Aunque suene como una paradoja, es posible hacer la «autobiografía» de un grupo?¿Es posible la «autobiografía» del Grupo de Cali en el cine?

Yo creo que sí. Película tras película he tenido la secreta creencia que mi obra es una permanente work in progress, un filme «perenne», un «filme de la experiencia» de un yo en tránsito. He sido un documentalista que cuenta la vida de las personas con las cuales se identifica. En este respecto coincido con lo dicho por Jean-Luc Godard: «Yo tengo necesidad de otro para no tener miedo de la imagen de mí mismo”. Por otro lado, no me imagino emprender un proyecto autobiográfico sin que haya, en mi fuero interno, algo que reclame de, una u otra manera, la elaboración de un duelo. Es así como surge el punto de partida y el título de la película que me propuse hacer: Todo comenzó por el fin. La figura definitiva de Andrés Caicedo y su suicidio a la edad de 25 años terminaría marcándome a mí y a mis amigos del Grupo de Cali para siempre. A partir de ese fatídico 4 de marzo de 1977, nuestra idea del suicidio cambió. Dejó de ser una precoz reflexión acerca de la inutilidad de la vida y se convirtió en una evidencia contundente, palpable, física. Era más que obvio que el suicidio no era una amenaza, sino una posibilidad que rondaba a la vuelta de la esquina. Todos éramos suicidas en potencia. Creo que hacer el duelo de su suicidio ayudó a quitarme, a mí y a muchos otros, la tortura de tener que pensar en el autodestrucción día a día, noche tras noche. Los que no fuimos capaces de suicidarnos, decidimos matarnos a largo plazo, como fue el caso de Carlos Mayolo, un adicto a conciencia, quien —entre vasos de vodka, líneas de cocaína y cigarrillos de marihuana— finalmente sucumbió a la edad de 61 años.

En la década de los ochenta las drogas y el alcohol estaban por todas partes y se consumían sin ningún problema. En Cali todo sabía a rumba y el narcotráfico era rey. Aunque Cali era una ciudad diseñada para el fútbol, la salsa y la frivolidad, a través del cine y de la cinefilia, nos inventamos una manera de estar en la ciudad, interpretándola, sin tener que salir de ella. Todo era motivo de celebración. Celebrábamos porque comenzábamos un rodaje, celebrábamos porque estábamos en rodaje, celebrábamos porque terminaba un rodaje. Mientras nosotros nos enrumbábamos, el país se derrumbaba. La década de los ochenta quizá fue la más convulsionada y violenta de la historia de Colombia: la toma del Palacio de Justicia, la tragedia de Armero, el asesinato de tres candidatos presidenciales, el exterminio de la Unión Patriótica, el apogeo de los carteles de Medellín y de Cali, el imperio del narcoterrorismo y el auge de las guerrillas. El mundo, a su vez, iba de mal en peor: comenzó la era de Reagan, se declaró la guerra contra las drogas,  apareció el sida, se acrecentó la guerra fría, la amenaza nuclear se hizo más inminente, guerras en Irán, Afganistán y el Líbano, cayó el muro de Berlín y asesinaron a John Lennon.

Durante más de una década, el grupo de amigos que conformamos el Grupo de Cali tuvimos la convicción de que no íbamos a envejecer nunca. No nos casamos, no tuvimos hijos. Se nos hacía una irresponsabilidad llenarnos de responsabilidades. Nos empeñamos en ser siempre jóvenes, así termináramos con los ojos en la nuca. Así mismo el cine, con su aparente inmortalidad, con su eterno presente y su perenne edad sin tiempo. De hecho, hoy veo a mis amigos sobrevivientes, con sus canas y sus calvas, y pienso que son ellos mismos, pero disfrazados de viejos. Y cuando pienso en los amigos muertos no me los puedo imaginar vivos hoy. Me cuesta trabajo acostumbrarme a la evidencia del deterioro y de la muerte. «El cine muestra la muerte trabajar» dice la famosa sentencia de Jean Cocteau, que igual se podría aplicar al cinematógrafo. Tal sería la paradoja del juego autobiográfico en el cine: el relato de una vida que es una lucha desigual contra la muerte.

La enfermedad grave que padeció al empezar a realizar la película es parte de la trama del documental, ¿por qué decidió incorporar un aspecto tan personal?

Al iniciar el proyecto la enfermedad no era parte de la trama. Pero el primer día caí gravemente enfermo de un cáncer muy agresivo. Esto le dio un viraje inesperado al documental pues pasó ser de ser una película expositiva sobre el pasado a una película autobiográfica, ya que decidí incorporar mi historia clínica al relato, así como mi lucha con la enfermedad. «Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo».  La película terminó siendo la historia de un sobreviviente.

¿Qué influencia diría que tuvo esta generación originaria de Cali en el cine colombiano?

No soy yo quien deba decir cuál ha sido el legado del Grupo de Cali a la cinematografía colombiana. Pero lo que sí es cierto es que nosotros fuimos los que tiramos la primera piedra. En 1971, fecha que da inicio al grupo, los cineastas locales no se podían contar con los dedos de una mano. Además no había ningún apoyo estatal para el cine. A través del Cine Club de Cali, fundado por Andrés Caicedo, y la revista que fundamos con Caicedo, Carlos Mayolo y Ramiro Arbeláez, «Ojo al cine», fuimos creando una generación de cinéfilos, algunos de los cuales luego pasaron a la realización cinematográfica. Dicho aprendizaje cinematográfico tuvo continuidad cuando fui el primer profesor de cine en la Universidad del Valle, semillero de los mejores realizadores locales, entre ellos, Oscar Campo («Yo soy otro»), Óscar Ruiz Navia («El vuelco del cangrejo»), William Vega («La sirga») y César Augusto Acevedo («La tierra y la sombra»).

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